Esta historia ya ha sido contada en dos películas anteriores: un equipo de prisioneros obligado a jugar un partido contra los nazis para celebrar el cumpleaños de Hitler. Básicamente, esa es la trama. Esta nueva versión, titulada La Disputa (disponible en Prime Video), viene desde Croacia, pero nos lleva a un campo de concentración en Hungría (aunque el hecho real ocurrió en Rusia). Al igual que las versiones anteriores, esta se toma sus licencias narrativas, pero no por eso deja de ser verosímil en lo que busca mostrar.
El protagonista de la película es el célebre actor italiano Franco Nero, quien encarna a un sobreviviente de aquel dramático partido. Décadas después de la Segunda Guerra Mundial, le narra la historia a su nieto, revelando dramáticos capítulos de su pasado. La trama nos sumerge en una historia cargada de tensión y humanidad, ambientada en un campo de concentración, donde un talentoso jugador húngaro emerge como líder de un equipo de prisioneros. Mientras el coronel nazi del campo, en su afán por impresionar a sus superiores, obliga al equipo a enfrentarse a los alemanes en un duelo que trasciende lo deportivo, poniendo en juego mucho más que el honor.
La película despliega momentos de violencia y brutalidad, pero las interpretaciones y la puesta en escena restan algo del peso dramático que la historia parece exigir. En vez de conducirnos hacia un abismo de desesperanza, las escenas pierden la intensidad que prometían. El conflicto principal se centra en el equipo: hombres rotos, almas que intentan reunir la fuerza suficiente para jugar un partido que podría ser su única oportunidad de redención, de escape, aunque sea momentáneo, de su sombría realidad.
En medio de la miseria, surgen lazos de lealtad, compañeros caídos, gestos de amistad que, sin embargo, se sienten forzados, como si la película no lograra penetrar el verdadero corazón de esas emociones. Lo que debería conmover se percibe, en cambio, como un sentimentalismo que no termina de calar, un simple puente hacia el clímax: el partido.
Los que juegan lo hacen porque aún les queda el instinto de aferrarse a la vida. Entrenan con lo que pueden, soportando los intentos del coronel por arruinar sus progresos. Los días pasan como sombras, hasta que finalmente llega el esperado encuentro. No había dudas de que los alemanes no permitirían perder frente a un grupo de prisioneros que, a simple vista, parecían moribundos. Al terminar el primer tiempo, van perdiendo, y la esperanza parece desvanecerse en un estadio lleno de algarabía, que no denota el trágico momento que se está viviendo.
Pero el fútbol, en este pequeño rincón del infierno, se convierte en algo más que un deporte. Es un respiro de libertad, un instante que escapa de las reglas del odio y la guerra. Aquí, perder no es una opción. Perder significaría entregar lo único que les queda: su dignidad. Y así, esos prisioneros toman una decisión, una que trasciende el marcador del partido, una decisión que los empuja a luchar hasta el final, con las pocas armas que les quedan: su coraje y su deseo de sobrevivir.
La Disputa no deja una huella profunda, en cuanto a actuaciones, construcción narrativa o escenas memorables. Sin embargo, sirve como una nueva ventana para asomarse a una de las historias más extraordinarias que el fútbol ha presenciado: aquella en la que un grupo de prisioneros, al borde del abismo, se dio el lujo de vencer a sus verdugos. El fútbol, en su más dramática expresión, como símbolo de resistencia y de vida.