“El Presidente: Juego de Corrupción” — Cuando el fútbol se juega en la oficina y no en la cancha
¿Quién dijo que el fútbol solo se juega en la cancha? Si algo nos demuestra la segunda temporada de “El Presidente” (Prime Video), es que el verdadero partido ocurre detrás de bambalinas, donde se anotan goles con cheques y las tarjetas rojas son para los ingenuos. Esta entrega nos sumerge en los turbios inicios de la FIFA, donde un grupo de europeos aburridos y sin imaginación dirigía una organización menor… hasta que llegó el brasileño Joao Havelange, quien convirtió este deporte en el mayor espectáculo del planeta.
Con el sello de la comedia negra, “El Presidente” retoma la figura de nuestro querido Sergio Jadue, quien nos guía como narrador en off mientras no deja de balancearse en el columpio de la burla. Armando Bó, el director argentino al mando, es nieto del famoso cineasta del mismo nombre, famoso por sus filmes eróticos junto a Isabel Sarli y, por si fuera poco, actor en “Pelota de Trapo” (1948), una de las primeras películas de fútbol en Argentina. Así que, si de fútbol y drama se trata, podemos decir que en esta familia el balón siempre estuvo bien inflado.
Realizada por la productora chilena Fábula, la serie continúa con su toque inconfundible y su gusto por meter a Chile en todo. Esta vez, nos cuenta cómo la FIFA pasó de ser una reunión de europeos con aires de grandeza, a una organización al servicio del gran Havelange, quien, con astucia política, logró sumar los votos de las federaciones más “despistadas” para destronar a los dueños originales del balón. ¡Y vaya que lo logró!
Entre personajes pintorescos y maniobras tan torcidas como un centro mal dado, “El Presidente” juega con la realidad y la comedia para mostrarnos los tejemanejes que hicieron de la FIFA un imperio mundial. Ver a los poderosos en su miseria y su habilidad para vender su alma al mejor postor nos da una visión de esta FIFA que se construyó con la astucia de un delantero con mil goles en la cuenta y sin ninguna tarjeta amarilla.
Con el mismo espíritu que la primera temporada, esta segunda entrega nos deja claro que lo podrido no está solo en la fruta, sino en los despachos donde los contratos se firman con tinta negra… y también con un poco de billetes verdes. Y al final, ese es el gran valor de esta serie: desnudar las “grandezas” de un mundo que, por muy bonito que parezca, está lleno de jugadas sucias.